Empiezo sonreír con todas mis
fuerzas, sin ninguna razón aparente y me
miran raro por ello, porque no lo entienden. Es normal, no los culpo no hay
nadie a mi lado con quien compartirla, estoy sola y quieta en medio de la
calle, con la mirada perdida en mis recuerdos, en todos ellos, van rápidos casi
corren y de repente todo se para en un momento en particular. Uno, dos, tres,
diecisiete y veintitrés, si, en total eran veintitrés lunares en tu cuerpo que conté
la primera vez que lo recorrí a sabiendas, buscando divertida las manchitas que
se escondían en tu piel y después un sueño con crema, sol, agua, besos sorpresa
y caricias traviesas, pero sobretodo risas, y luego ¿que fue después de los las
excursiones a los arbustos, de las caminatas que se alegraban con una
sonrisilla o con un roce de manos? ¿Y de las noches al aire libre en la que nos
burlábamos del frio con carantoñas y arrumacos?
Pero de todo sueño se tiene que despertar, hay que bajar de las nubes
aunque te hagas daño y duela la caída. Dolió y sufrí, recuerdo tu cara y mis
lágrimas, las noches sin dormir por no
poder cerrar los ojos porque se ahogaban. Pero ahora estoy feliz no me
arrepiento de nada y supongo que nunca lo hice. Te he visto del brazo de ella y
me he quedado parada sonriendo, porque ya no sufro, estoy feliz y me he
acostumbrado a ello.
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