domingo, 8 de enero de 2012

Mañana es hoy y dentro de poco, ayer.

Uno de esos días que nunca llegan a empezar, porque la luz apenas consigue abrirse paso, y a media tarde avanza la noche para, una vez más, acallar la vida en el sueño. Era Enero. El frío empezaba a tomar asiento y las bebidas se servían bien calientes.
Corrí las cortinas y me asomé por la ventana. Los árboles ejecutaban una especie de danza silenciosa, y sus sombras recorrían el suelo y las paredes.
No sabía qué hacer. Era como si, mirara donde mirara, solo viera pajarracos negros que aleteaban agitando el aire a mi alrededor.
Sentí ganas de gritar.
Agarré la taza, bebí recordando el dulce sabor de las tartas semi heladas en los cumpleaños. El perro se sento a mis pies. Le sonreí por encima de mi vaso y él siguió mirándome con ese gesto interrogante mientras movía el rabo. Lo abracé muy fuerte y él me lamió las mejillas. Cubrí su lomo y mis hombros con una manta. Y entonces me miró, con esa mirada cariñosa y dulce con las que parece agradecerte la vida.

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